y, al final, el orgullo». Y «de ahí todos los vicios, todos: son escalones, pero el primero es la codicia, el deseo de amontar riquezas». (…) «administrar la riqueza es despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación». Por lo tanto, «amontar está bien, incluso tesoros, pero los que tienen valor —por decirlo así— en la «bolsa del cielo»: ¡allí, amontonar allí!».